Por Erick Ortega Pérez
Capítulo 1. La confesión de un cura
En octubre de 2007 el sacerdote Juan José Santana Trinidad fue acusado por abusar a más de 30 niños en el internado de Tapacarí, en Cochabamba. Huyó y volvió a su hogar en la ciudad uruguaya de Salto. En junio de 2023 habló por primera vez con un periodista boliviano. He acá su confesión.
Mira al cielo, mira la tierra. Busca una respuesta y repite tres veces dos palabras: “no sé, no sé, no sé”. Con las manos se aferra a la reja de su casa. Juan José Santana Trinidad luce perdido, como si Dios y el Diablo hubieran soltado su mano. Tiene el cabello corto, casi al ras, y a sus 52 años viste una campera sencilla. Ahora es un vecino más del barrio Palomar en el poblado uruguayo de Salto, a unos 430 kilómetros de Montevideo. Allá nació, aunque casi nadie lo conoce. En la sombra del olvido también están los niños a quienes él abusó cuando era sacerdote y dirigía el internado de Tapacarí, en Cochabamba, en el corazón de Bolivia.
Es 12 de junio de 2023. El cielo está despejado en El Palomar, un villorrio de clase obrera. Día antes esta ciudad era una fiesta, porque Uruguay salió campeón del Mundial Sub 20 disputado en Argentina. En la casa de Santana, ubicada en la calle Soca 668, casi esquina Charrúa, se respira paz. Hay una pequeña bandera del país colgada. Entre la reja y la vivienda hay seis pasos de distancia. Bajo el patio techado se encuentran estacionados un coche y una motocicleta.
El timbre suena dos veces. Pasa menos de un minuto. Un hombre joven abre la ventana y saca parte del cuerpo para preguntar quién es. Escucha la respuesta, ingresa de nuevo a la vivienda. Al instante, por la puerta principal, sale Santana Trinidad, uno de los hombres más buscados en Bolivia 16 años atrás. Camina hacia la reja de ingreso a su vivienda.
La Casa donde se encuentra Juan José Santana, con su familia
-Cómo está, ¿Juan José?
-Sí.
-Mi nombre es Erick Ortega y soy periodista, vengo de Bolivia.
-Ajá.
-Quería conversar con usted sobre Tapacarí.
Escucha el nombre del pueblo y baja la cabeza, pero la tierra no lo traga y él levanta el mentón para responder.
-Por mi situación. Yo no puedo hablar nada de eso.
La dirección en la cual se encuentra la casa del excura, en Uruguay
Tapacarí es uno de los poblados más pobres de Bolivia y está a poco más de 80 kilómetros de la
ciudad de Cochabamba. Para llegar es necesario tomar coche desde una localidad intermedia
llamada Quillacollo.
Las cuatro horas de traqueteo se hacen eternas en la carretera de piedra, aunque la parte final
del tramo tiene tintes de aventura porque se recorre el camino sobre un río casi escuálido. En
temporada de lluvias, este poblado queda prácticamente aislado del mundo.
En los minibuses que van y vienen del pueblo, los habitantes hablan quechua. Las caras de los
ancianos son pergaminos de bronce con ojos pequeños que miran con desconfianza a los visitantes;
los niños son alegres y responden al saludo. Sus risas son contagiosas.
A la entrada está la iglesia, en la parte superior de la plaza de la comarca. Como muchas
construcciones en la zona es de piedra. Las calles también son de piedra y tierra. Las casas
fueron hechas con adobe y madera, algunas tienen tejas en el techo y muy pocas llevan calamina.
Cinco cuadras al sur de la plaza está el internado Ángel Gelmi, el cual recibe a niños de otros
poblados más abandonados que Tapacarí.
El internado está partido por la calle, a un costado de la vía está el edificio que alberga a las niñas y al frente el de varones. Los salones de clases se encuentran en la vereda del internado masculino. En los cursos hay niñas de pollera cuyas trenzas negras escapan de los sombreros de ala ancha. Los niños llevan por lo general buzos deportivos. Usar calzados, aunque desgastados, es casi un lujo; la mayoría cubre los pies con abarcas.
Tapacarí es uno de los primeros pueblos fundados por los españoles en la región cochabambina, en la segunda mitad del siglo XVI. Hubo revueltas contra la Colonia, y, una vez que se estableció la república, fue escenario de una reunión clave de la Confederación Perú Boliviana, en 1836. Después es como si el tiempo se hubiera detenido.
Cuando Juan José Santana Trinidad llegó allá, el poblado despertó de un largo letargo sin ser el centro noticioso.
-… Yo no puedo hablar nada de eso.
-¿Por qué?
-Porque usted comprenderá que, para nosotros, para mi familia, para mí es un mazazo terrible. Fijate todo el tiempo que ha pasado y yo aún no lo supero.
-Son más de 15 años.
-Más o menos, sí, pero estoy destrozado. Lo único que te puedo decir es eso, yo dejé de vivir después de que pasó eso… no sé, no tengo ni palabras... Yo sólo pensé en mi familia, en mis padres y tratar de superar esto junto con ellos. Que hay situaciones que se me escapan de las manos a mí y que no dependen de mí.
-Pero hay mucha gente afectada en Bolivia…
-No, yo entiendo todo perfectamente, yo entiendo eso, pero me supera a mí como persona, a mí me desbordó por completo lo que me pasó. Lo que pasó allá.
Los ojos de Santana están inquietos. Los recuerdos se acumulan y, para él, parece que la tarde se hace gris en Salto.
La imagen de piedra de la iglesia de Tapacarí, en el centro de la plaza del pueblo, ubicado a más de 80 Kilómetros de la ciudad de Cochabamba
En 2005 llegó a Tapacarí el sacerdote Juan José Santana Trinidad. Por entonces tenía 34 años, una melena rubia, barba castaña clara, le gustaba el mate y, como buen charrúa, era excelente futbolista.
Era uno de los responsables del internado Ángel Gelmi, donde estaban 125 chicos y chicas de entre 8 y 17 años. Estaba a cargo del internado de varones, en el cual había 72 alumnos. Vivía en la segunda planta del edificio de ladrillos que poco ha cambiado con los años. Cerca de su pieza se encontraban los internos que habían hecho de este sito su hogar. Además de estar al mando de la institución, Santana oficiaba misas en el templo de piedra de Tapacarí.
Han pasado 16 años de su presencia en el pueblo y Félix Avilés lo recuerda como “el padrecito que estaba destinado a Tacaparí durante un año o más. Había jovencitos y chicos que andaban con él y estaban en todo lado juntos”.
Avilés nació en Tapacarí y hoy tiene 50 años. Es el intendente del pueblo y, como muchos, no ha salido más allá de las fronteras de la comarca. Tampoco desea hacerlo, porque quiere vivir como sus ancestros que se dedicaban a la siembra y cosecha de papa, trigo, oca y otros alimentos propios de un clima frío. Se jacta de tener buena memoria. Recuerda por ejemplo que “el padrecito” tenía un perro cariñoso que lo acompañaba siempre. Santana tenía buena reputación, hasta que un día comenzaron a escucharse algunos rumores sobre él.
Según los registros de la Policía, revelados por el periódico La Prensa en mayo de 2008, la madre superiora del hogar fue la primera que recibió la confesión de un niño que estaba a cargo de Santana. Éste le reveló que el sacerdote “mucho lo molestaba”. Luego sumaron más voces que se quejaban del padre Juan José y de posibles vejaciones en su dormitorio. La religiosa bajó de su pedestal al cura uruguayo y lo confrontó.
Cuando el internado Ángel Gelmi parece dormir, el Diablo despierta. Juan José escoge a un niño y lo lleva a su habitación. Echa llave a la puerta de ingreso y aquel hombre que se ganó la confianza de sus pupilos con algún regalo ocasional y mostrándose hábil con el balón, muestra otra faceta. Santana Trinidad se desnuda. Desnuda a su víctima. Se masturba y quiere que se le practique una felación. Busca penetrar y hacerse penetrar. Lastima, hiere, desgarra. Acaba la tortura y deja libre a su víctima.
También le gusta ser besado y besar. Acariciar y ser acariciado. Adorna la violación con palabras tiernas; habla, por ejemplo, de las manos bonitas de sus víctimas. No es una excepción, la escena se repitió una, dos, tres, decenas de veces y fue descrita en la denuncia que se presentó al juez de Tapacarí, Elvis Isaac López Moya.
Cuando las autoridades intentaron detener a Juan José, él ya estaba muy lejos. Huyó de Bolivia y
se refugió en el hogar de su familia, en el barrio Palomar, del poblado uruguayo de Salto.
Allá permaneció tranquilo desde octubre de 2007 hasta 2010 cuando conversó con el periodista
uruguayo del diario La República, Diego Guillermo Fernández.
Él llegó hasta su casa, conversó
con la mamá del excura y luego intercambiaron un par de frases. El acusado admitió que las
denuncias eran ciertas y dijo que recibió ayuda para superar esta crisis. La vida continuó su
curso sin mayores novedades.
La tarde despejada del 12 de junio de 2023 habló por primera vez con un periodista boliviano.
Confesó no saber qué le pasó en Tapacarí, cuando estaba a cargo del internado Ángel Gelmi.
-¿Qué le ha pasado?
-No sé, no sé, no sé…